martes, 12 de abril de 2011

El Nuevo Mundo (II) Las cataratas del Niagara

Bueno, pues ya estamos en el avión de camino a Toronto (Canadá). Para no perder tiempo en demasía, decidimos llamar a un taxi desde el hotel, porque esta vez no volábamos desde JFK sino desde Newark, que es un aeropuerto que está en Nueva Jersey, en un estado distinto a Nueva York. Está al lado, eso sí, pero hay que salirse de Manhattan y meterse en Nueva Jersey. Un follonasco, vaya. En fin, un simpático taxista portorriqueño fan de Raphael nos llevo hasta Newark y allí facturamos las maletas y después nos fuimos a desayunar, una vez pasado el control de seguridad, al Currito Cantina, un restaurante mexicano. Nos tomamos quesadillas y un "El Burrito Grande". Delicioso.
Tras una hora de vuelo aterrizamos en el aeropuerto de Toronto y de allí cogimos un minibús hacia las cataratas del Niágara. El conductor era muy simpático, era fan del Liverpool, odiaba a Fernando Torres y nos iba explicando cosas durante el trayecto. Muy majete el señor conductor, pero no se callaba ni debajo del agua.
He de admitir que vivimos un momento de pánico cuando nuestro taxista parlanchín nos dejo en el hotel porque creiamos estar en el sitio equivocado. Nada más alejado de la realidad, lo que ocurría es que el hotel Sheraton Niágara Falls estaba bajo nueva dirección y en la última semana se había rebautizado como Marriott Niágara Falls.
Tuvimos otro momento de pánico cuando la chavala tan majeta de la recepción nos dijo que no teníamos reserva. Nada más alejado de la realidad, lo que pasa es que estaba registrado como Míster Moreno y no como Míster González (la próxima vez hago la reserva como Míster España y según me vean seguro que me reconocen). Pues nada, todo contentos y ufanos nos fuimos a nuestra suite superior de lujo q.t.c. (= que te cagas) en el piso 31 (menos mal que había ascensor) con vistas a las cataratas. Y menudas vistas. Casi ni salimos del hotel. Hombre, si algo de malo tenia nuestra suit superior es que, siendo temporada baja, no la debía haber ocupado nadie durante mucho tiempo y se notaba porque al principio, el agua de la ducha salía marrón (ganas nos dieron de ducharnos bajo las cataratas) y los sobrecitos con leche para el te tenían la leche solidificada. Por lo demás, la habitación y el hotel nos gustaron mucho, tenia gimnasio, piscina y no sé cuantas cosas más. Y como lo primero es lo primero nos fuimos a comer a un Friday's (si todavía no sabes lo que es un Friday's mira mi post anterior) y nos tomamos unas sopitas y más tarde yo me comí un costillar tremebundo con salsa barbacoa y patatas a discreción. Isa se comió un filete muy rico.
Nos fuimos a ver las cataratas más de cerca y después se nos ocurrió dar una vuelta por los alrededores. Y los alrededores están llenos de hoteles, restaurantes, cines y casinos. Decidimos meternos en el casino principal de Niágara y fue una experiencia aterradora de devastadoras consecuencias. Según entramos en la sala de las maquinitas, a Isa se le ocurrió pedirme una moneda de 25 centavos de dólar canadiense, solo para probar suerte. Le di la cartera con los fondos para el viaje y me fui a dar una vuelta a ver las mesas de blackjack (por cierto, estaban llenas de chinos) y cuando me quise dar cuenta, Isa se estaba gastando todo nuestro dinero, había perdido el control y se había convertido en una ludópata de miedo. Como seria la cosa que tuvimos que pedir ayuda al número de la asociación de ludópatas anónimos de Toronto que había en todas las tragaperras. Gracias a Dios que Isa empezó la rehabilitación y ahora se encuentra curada, siempre y cuando la tenga alejada de casinos y tragaperras.
Después de este trance, nos tomamos un café en un Starbucks y más tarde nos fuimos al hotel a seguir mirando las cataratas como dos bobos y luego nos quedamos dormidos viendo dibujitos en la tele y oyendo el murmullo de las cataratas al fondo. He de añadir que yo esa noche tuve una pesadilla, soñé que a nuestra vuelta a Nueva York, la ciudad se hundía en el océano. Evidentemente, no fue un sueño premonitorio, entre otras cosas porque ahora mismo estoy escribiendo estas tontunas, y segundo, porque una noticia de tal envergadura no pasaría inadvertida en los medios de comunicación. Seguramente, mi pesadilla se debió a la mala y lenta digestión del costillar tremebundo que me había comido unas horas antes. Pero que rico estaba.
Al día siguiente, me levante un poco constipado y que mejor ocasión para visitar una farmacia canadiense que esta. Tuvimos que desplazarnos a la zona residencial de la ciudad de Niágara y tras unos 20 minutos andando, al final dimos con una botica. La farmacia ciertamente estaba muy bien, podías encontrar de todo, incluso podías comprar agua mineral a granel. En que farmacia del mundo se puede hacer esto? Donde si no, en Canadá? En fin, allí me compre algo parecido al Frenadol y seguimos p'alante.
Entramos en una tienda de suvenires donde nos quisieron vender un colgante con una piedra preciosa que ya esta extinguida por varios cientos de dólares. En su lugar compramos unos llaveros que son igual de bonitos y costaban menos.
Nos fuimos a comer a la Skylon Tower (la Torre escailon) que es como el pirulí de TVE y en lo alto tienen un restaurante que da vueltas y tienes unas vistas de las cataratas muy buenas (no tanto como las que teníamos en nuestra suite superior de lujo q.t.c., pero aquí además te daban de comer).
Y una vez hecho esto tuvimos otro momento de pánico, esta vez elevado a la quinta potencia. Nos disponíamos a coger un taxi para ir a la estación de autobuses y de allí coger un bus a Toronto. Como no disponíamos de efectivo para pagar la carrera (entre otros motivos porque Isa se había gastado todo el dinero en el casino) empezamos a probar distintos cajeros, de distintas tiendas , hoteles y casinos y todas las veces, todas nuestras tarjetas, de distintos bancos, ingleses o españoles, eran rechazadas. Así las cosas, estábamos abocados a quedarnos en Niágara. Incluso nos planteamos la opción de echar un currículo en la farmacia donde vendían agua a granel. Al final, vimos un puesto de cambio de moneda y decidimos canjear los dólares americanos que teníamos por canadienses. No conseguimos un buen cambio, pero estábamos desesperados, era eso o vender agua mineral a granel en la farmacia del Niágara por el resto de nuestras vidas, así que conseguimos divisa canadiense, agarramos una nave (o sea, un taxi) y nos plantamos en la estación de autobuses del Niágara justito justito a tiempo de perder el autobús de las 17:45. Total, que hasta las siete y media no salía ninguno. Pues nada, alli nos quedamos esperando. Un tipo con cara de loco nos pidió que le dejásemos un cargador para el móvil mientras esperábamos.
Al final, después de casi dos horas de espera y unas cuantas revistas y el tipo del cargador mirándonos con una sonrisa siniestra, llego la conductora del autobús a Toronto, que era descendiente directa de Toro Sentado (o si no lo era, lo parecía). Toro Sentado nos llevo hasta Toronto con una conducción bastante temeraria, pero llegamos sanos y salvos.
Nuevamente, el pánico y el sudor frio se apoderaron de nuestros cuerpos al llegar a la estación central de Toronto. Eran casi las diez de la noche, Toronto es una ciudad enorme, no teníamos mapa, estábamos perdidos y no teníamos idea alguna de donde estaba el hotel. Además yo me estaba haciendo pis y no había baños públicos en la estación.
Pero esta vez, la Diosa Fortuna se puso de nuestro lado y el hotel resulto estar solo a unos minutos andando. Menos mal, porque teníamos un cansancio y yo ya tenía el meao en la punta...
Y hasta aquí todo de las cataratas. En la siguiente entrada, Toronto y los canadienses.

To be continued.